UN SIGNO DE ESPERANZA

Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo…

Lucas 1, 26-38

La solemnidad del Señor es un anuncio de un signo llamado Cristo. Como todo signo, el significado de tal anuncio tiene que ver con la salvación: «Él salvará al pueblo de sus pecados» (Mt 1:21), con la redención: Él cargó con nuestros pecados y nuestro castigo cayó sobre Él, la víctima sacrificada por nuestros pecados (Is 53:5); Él es el hombre verdadero, el hijo de David, realmente humano desde su gestación, para la que el ángel del Señor pide permiso a la Santísima Virgen. Ese signo tiene que ver también con Jesús como camino – «yo soy el camino» (Jn 14:6). Aunque hay muchos significados, todos ellos remiten a una sola persona: al Dios y hombre verdadero que nace del gran misterio de la salvación: Dios y hombre en una sola persona: Jesús, el hijo de María. Este signo es también un signo de contradicción, puesto para que muchos se levanten y otros se levanten (Lc 2:34)

La dinámica de la anunciación sigue dándose: alguien anuncia este gran signo para que la vida se encamine por otros derroteros: presentamos a Jesús. Hay corazones dispuestos a acoger este anuncio y dejar que se geste en ellos Cristo, hay quienes cierran su corazón, pero no por ello el que anuncia desecha a estos corazones. De ahí la importancia del anuncio explícito, paciente y misericordioso.

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CONVERSIÓN URGENTE

A esta generación no se le dará más signo que el signo de Jonás.

Lucas 11, 29-32

La señal de Jonás no es otra que la señal de la conversión, una conversión que se obró urgente desde el rey hasta el más sencillo de los aldeanos de Nínive. Lo mismo que hizo el profeta Jonás, invitar a la conversión, lo hace Jesús: su mensaje central es una invitación a la conversión, “convertíos”. Lo más sorprendente es que los ninivitas aceptaron el mensaje y al mensajero y los hijos de Israel, no, pues “a los suyos vino y los suyos no lo recibieron”. Por ello dice el Señor que los ninivitas serán afrenta para los judíos que no han recibido la llamada a la conversión y que rechazan tanto el mensaje como al mensajero.

La señal de Jonás también tiene que ver con la aceptación no solo del mensaje de conversión sino de la Persona de Cristo, más que Jonás, más que Salomón. La reina de Saba visitó a Salomón y bendijo a Dios por la sabiduría de este hombre y delante de los hijos de sus interlocutores ella será afrenta por la falta de fe y de reconocimiento que mostraron con Jesús.

Nosotros también necesitamos el signo de Jonás, la Cuaresma es un eco de ese signo que, a través de todos los tiempos, sigue resonando en la historia del hombre siempre necesitado de conversión.

SIGNOS

¿Por qué esta generación pide un signo? En verdad os digo que no se le dará un signo a esta generación

Marcos 8:12

A Jesús le piden un signo para ponerlo a prueba, para ver si sí era Dios. Tentar a Dios: he ahí la osadía más grande que el ser humano puede cometer y más para pedirle un signo. Nuestros contemporáneos exigen también signos, pruebas no solo de la existencia, sino también de la presencia de Dios en medio de nosotros. Pero, ¿qué más signos podemos pedir? ¿Por qué estando rodeados de signos, pedimos más? El milagro nos rodea, nos alcanza y hasta nos sacude a veces, pero, como bien escribió el conocido autor Jostein Gaarder, en El mundo de Sofía,


«Es como si durante el crecimiento perdiéramos la capacidad de dejarnos sorprender por el mundo. En ese caso, perdemos algo esencial, algo que los filósofos intentan volver a despertar en nosotros. Porque hay algo dentro de nosotros mismos que nos dice que la vida en sí es un gran enigma.»

Suelo decir a mis feligreses que vivimos rodeados del misterio, todo cuanto existe y que asumimos sin más es asombroso, y algo nos dice que no es solo fruto del azar, que todo es creación del Buen Dios y que su Creación basta para captar tanta grandeza en tanta hermosura. Después tenemos la revelación del Hijo: ¿cómo podían pedir un signo cuando tuvieron la suerte de poder contemplar con sus ojos Al Signo? Creo que los cristianos, sumidos en tantos corre-corres cotidianos; atareados con pesos con tantos agobios y preocupaciones, deberíamos de vez en cuando ir al campo, a la tranquilidad de la desconexión y, principalmente, a la oración, y dar así lugar a ese intuir primero que refresca tanto el espíritu como el intelecto.

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