VERDAD QUE LIBERA

Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

Juan 8:31-42

Si todo es verdad, ¿qué es la verdad? Si todo vale, ¿hay algo que realmente tengo algún valor? Es el problema del subjetivismo, por ejemplo, donde todo vale y todo es verdad según mi percepción y la percepción del otro, es más, todo es cuestión de percepción, lo verdadero y lo falso no existen por sí mismos, son un constructo de cada individuo y a este problema lo llamamos relativismo, por eso, ambas visiones de mundo, de la realidad van tan unidas.

Cuando la verdad no existe y es tan solo un constructo de las individualidades, se produce una parálisis donde la búsqueda de la verdad cesa y el hombre queda atrapado por las cadenas de un pensamiento asumido sin más y hasta promovido por los falsos profetas de nuestros días, custodiado por leyes y decretos, que terminan por confundir aún más si cabe bajo la premisa «lo legal es lo verdadero», así el hombre termina preso, inmovilizado en su búsqueda de la verdad, porque donde quiera que se mueva y donde quiera que desee cuestionar, se topará con los muros de los políticamente correcto, de la intolerancia, de lo «carca», etc. Salirse del cauce es peligroso y activa los mecanismos de corrección pertinentes.

La verdad de Cristo, en cambio, libera, porque invita a descubrir en Él el modelo de hombre y mujer, el modelo de hijos de Dios, la dignidad profunda que sustenta nuestro ser. Cuando se encuentra con Cristo, el hombre inicia un camino de búsqueda y de encuentro constante mediante el cual va liberando su ser cada vez más mientras que al mismo tiempo va creciendo y va haciendo crecer la sociedad en la que vive: el hombre se convierte en una bendición liberadora para sí mismo y para otros, según el modelo que tiene en Jesucristo. Queda claro, pues, qué tipo de verdad puede hacernos realmente libres.