Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.
Juan 21, 3
En este episodio, vemos a unos discípulos regresar a sus antiguos quehaceres, como si no hubieran entendido la empresa a la que estaban destinados: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres (Mt 4, 19) Esta llamada hecha a los hermanos Simón y Andrés, Santiago y Juan, es también una llamada para todos y cada uno de nosotros como Iglesia de Dios. Es una llamada que abarca toda la vida de la persona y que hace que lo dejemos todo para ir en pos de Aquel que ha seducido nuestro corazón: Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir (Jr 20, 7)
Me gusta ver este episodio como un refuerzo de aquella primera llamada. Sin Cristo, la pesca no tiene ningún resultado. Por Cristo, con Él y en Él, las redes están repletas: la faena puede ser la misma, pero el resultado es muy diferente. Su pesca era de otra índole: aquellos hombres rudos llegaron a ser el fundamento de la Iglesia y son hoy un punto de referencia sin el cual no nos entenderíamos a nosotros mismos. ¡Qué paciencia la del Señor hasta que por fin logran entender su misión!
Y nosotros, ¿qué redes tenemos que soltar en nuestra vida, para emprender en verdad la misión a la que Dios nos ha llamado? ¿Logramos entender nuestro quehacer como la pesca a la que el Señor nos ha mandado? Pidamos a Jesús que nos ayude.