A tanto amor, mucho perdón

Colocándose detrás junto a sus pies, llorando se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.

Lucas 7, 38

No sabemos con certeza si la mujer lloraba por la alegría de haber sido perdonada o por el gran arrepentimiento de sus pecados, lo que sabemos es que con sus lágrimas mojaba los pies del Maestro y con sus cabellos los secaba; sabemos el significado profundo de este gesto: un gran amor cargado de una gran gratitud. Mostró tanto amor porque mucho se le perdonó.

Es conveniente revisar nuestro amor al Señor a la luz del ejemplo de esta gran mujer. Quizás nosotros tengamos también mucho que ser perdonado, pero lo más importante, como ella, es aceptar el perdón que gratuitamente nos ofrece Dios y seguir adelante. A lo mejor las sombras de nuestras malas acciones nos hagan llorar, pero estas lágrimas han de convertirse en motivo de alegría ante tanta misericordia como la que hallamos a los pies del Maestro.

El perdón que se recibe por tanto como se nos ha perdonado, se convierte dentro de nosotros en una apremiante invitación a obrar con los demás tal y como Dios ha obrado con nosotros. El perdón desbordante y misericordioso de Dios se convierte en fuente desbordante de misericordia para con el prójimo, de ahí la importancia de no solo reconocer sino saber vivir lo más plenamente posible el perdón misericordioso de Dios, ya que reconocerlo es permitirle fluir de nosotros hacia los otros.

AMAD A VUESTROS ENEMIGOS

A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecir a los que os maldicen, orad por los que os injurian.

Lucas 6:27-38

Después de haber meditado sobre las Bienaventuranzas, san Lucas nos presenta el núcleo de las enseñanzas de Jesús. El perdón a los enemigos constituye todo un reto en la vida del cristiano, pues es tanto su medida como su tarea. Medida en tanto que sabremos cómo está realmente nuestra vida cristiana conforme vayamos siendo capaces de imitar al Padre en su perdón que en Cristo nos manifiesta al perdonar y misericordiosamente reconciliar al hombre enemistado con Él. Luego, el perdón es tarea porque nos concierne a todos imitar tal misericordia: perdónanos como nosotros perdonamos.

El Evangelio continúa mostrándonos una lista de agresiones que pueden ser cometidas contra nosotros y la manera de afrontarlas, para resumir todo en la regla de oro: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. El amor a los enemigos y a los que nos hacen daño, no ha de confundirse con actitudes contrarias al amor hacia uno mismo, sino que, por el contrario, es el medio de proteger nuestro mundo interior y nuestra autoestima de un modo certero: si el Señor nos ha dejado este mandato, no es en pro de los enemigos, sino en beneficio nuestro, aunque el amor puede llegar a doblegar corazones duros y ciegos a la caridad.

Por último, Jesús muestra la motivación principal de todas estas enseñanzas: el amor misericordioso del Padre: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. Su compasión es rebosante, su amor desbordante y gratuito, del mismo modo lo ha de ser el amor y la misericordia del cristiano. Que tengáis una bonita semana.

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MENTIRAS SOLAPADAS

Nosotros amamos a Dios, porque Él nos amó primero. Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.

1 Juan 4, 20

Dios es amor (1 Juan 4, 8.16), he aquí el resumen de toda la Escritura. He aquí el hilo interno que se desliza por cada una de las páginas de la historia de Israel, de la Iglesia, de cada uno de nosotros. Esta es la revelación más grande que hayamos recibido de Dios: su propia naturaleza. A respecto leemos en el Catecismo:

Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo; Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él.

Catecismo de la Iglesia Católica, n. 221

De ahí que sea tan apremiante que el quien ame a Dios, ame también a su hermano (1 Juan 4, 21), de lo contrario, estaríamos asistiendo a una mentira solapada, porque aquel que le ha dado el ser a mi prójimo, lo ha hecho como Dios Amor, a su imagen y semejanza; la salvación sobre la Cruz en el Hijo Amado, ha sido también por mi hermano. Entonces, ¿quién soy yo para odiar, despreciar, discriminar, marginar… la obra del Amor de Dios.

Muchos cuando llegan con sus quejas contra otros se asombran cuando les digo que su familiar, su amigo, ese vecino odioso, etc., son capaces de Dios, que Él también les ama, claro que quiere que se conviertan, que sean mejores personas. Claro que ve el daño que pueden estar haciendo, pero les ama, ¿por qué? ¿Acaso porque Dios no se entera del daño que están haciendo? ¿Se muestra indiferente ante el daño que hacen o se hacen? NO, claro que no, lo que pasa es que no podemos exigir a Dios que actúe de otra forma que no sea conforme a su naturaleza que es amor.

I beg you pardon!

Recuerdo hace muchos años estaba en una sala de espera en un hospital de Alicante. Me senté justo debajo de una televisión que estaba encendida, con subtítulos, sin volumen. Las personas de las sillas de enfrente miraban con gran interés el telediario. Al parecer, unas declaraciones de un obispo que llamaba al perdón, a la reconciliación, a estar con las víctimas, pero también a tener esa capacidad de perdón. Un señora se puso en pie, y delante de todos dijo: Hay que ver, ahora estos se ponen del lado de los asesinos. Entonces respondí, de forma serena, clara y en buena voz como lo había hecho ella: Y qué quiere usted, señora, que prediquemos, ¿el odio? Dios es Amor, no podemos predicar más que lo que tiene que ver con el amor. Me quité la bufanda que llevaba puesta para que viera que era un sacerdote. Me miró, esbozo una tímida sonrisa, y se volvió a sentar.

Sabemos que Dios es Amor, es Misericordia, y por ello practicamos el perdón, porque no hay cosa peor que ser dejado en nuestro camino, para recorrer el mundo según nuestros antojos, tal como dice la Escritura (Salmo 81:2; Romanos 1: 28) Nadie hace daño a la obra de Dios, sin caer en una contradicción, y más cuando se trata de otro ser humano. ¡Ay de los que caen en esta dinámica de daño contra alguien y no se arrepienten! ¡Ay de los que creen que, porque han salido impunes de la justicia humana, podrán escapar el duro camino de andar solos por la vida, apartados del amor de Dios! Cuando el Señor nos invita a orar por nuestros enemigos, nos invita en realidad a despojarnos del odio, a no caer en la misma dinámica del mal y, sobre todo, a interceder para que quien hace daño deje de exponerse al mal irremediable que tendrá que sufrir tarde o temprano, dada su obstinación.

Pidámosle a Dios que nos ayude a cuidar ese don tan grande que está íntimamente unido a nuestro ser: El amor y la capacidad de amar con la que Él nos ha creado.