LA VISITACIÓN

«Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»

LUCAS 1, 45

María es modelo de creyente. Porque creyó en su corazón concibió en su vientre y gracias a su concepción, las promesas de Dios se cumplieron, no solo en ella, sino también para todo el género humano, especialmente la promesa del Redentor, así, el Esperado nació de un corazón creyente.


Pero la fe de María no se encerró en ella como algo que tuviera que ser vivido solo en la intimidad del corazón. Lo propio de la fe es abrirse, expandirse, salir. Ella fue al encuentro de una anciana necesitada y en este encuentro se obra el milagro de la unción del precursor.


Es también propio de la fe dar testimonio de la obra de Dios en cada uno de nosotros. Ella en respuesta al saludo de Isabel entona el canto del Magnificat, como popularmente lo conocemos, todo un gesto de alabanza a Dios. Aprendamos, pues, de María, creyente fiel, modelo de entrega y respuesta a Dios.

VUESTRA TRISTEZA SE CONVERTIRÁ EN ALEGRÍA

En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.

Juan 16, 20

El Señor continúa en este capítulo con el tema de la despedida de los suyos: en breve desaparecerá de su vista tan solo en apariencia, será enterrado, en apariencia, todo habrá acabado. Luego les promete que volverán a verlo, anunciando de esta manera que habría de resucitar de entre los muertos, en ambos casos, el morir y el resucitar, se darán en un breve lapso de tiempo: Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver (Jn 16, 16)

La muerte del Señor en la Cruz fue motivo de tristeza y desconcierto por parte de sus discípulos, así que Jesús les anuncia el llanto, pero también el júbilo, la alegría que traería la resurrección: el luto se transformó en alegría; la alegría del mundo (aquellos que no lo recibieron ni creyeron en su nombre) se transformó en tristeza.

Esta misma dinámica la evidenciamos hoy en medio del hombre o la mujer que comienzan a vivir de acuerdo al Evangelio, los cristianos, necesitados de conversión constante, tampoco escapamos a este proceso: cuando lo mundano en nosotros, aquello que niega a Cristo, comienza a morir, comienza a transformarse en alegría, en motivo de gozo. Pero esta transición, lejos de hacerse en calma, es en ocasiones bastante violenta y bastante dolorosa, como cuando el pecado y el mundo en Cristo morían, para dar paso a la Resurrección. No podemos engañarnos ni engañar a nadie: lo primero que nos dan cuando somos bautizados es una cruz en la frente… ¡gloriosa cruz!

IGUALDAD DE PERSONAS

Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena.

Juan 16, 12-15

Una de las funciones del Espíritu Santo es la de guiarnos hasta la verdad plena. Hoy en día evidenciamos en la Iglesia esta verdad cuando oímos la voz de nuestros pastores que nos iluminan sobre temas que son a veces tan controvertidos y en las que los creyentes podemos llegar a sentirnos como nadando contracorriente y a veces hasta perdidos. Lo más bonito de todo esto, es que se hace apelando a la razón de cada uno de nosotros, sin imposiciones más que las que la verdad misma evidencia, de tal forma que, el oír la voz de la Iglesia sea siempre oír la voz de Dios mismo, y es esta dinámica la que diferencia a la Iglesia de una secta o de un adoctrinamiento pernicioso. Así, cuando ha habido voces que se alzan de parte de Dios viniendo estas solo del sentir humano, del mundo, la Iglesia siempre ha sabido reaccionar, porque no cabe otro mensajero que el Espíritu Santo que habla a través de los legítimos pastores.

Y, en cuanto al mensaje, podemos estar seguros de que el Espíritu habla lo que Dios quiere, de lo que le ha dado al Hijo, he ahí la evidencia de que las tres personas poseen el mismo querer y el mismo designio para nuestra salvación y para que vivamos nuestra vida dando el fruto que Dios quiere.

LA VOLUNTAD DEL PADRE

«Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.»

Juan 6, 40

La primera lectura de hoy nos habla de la dispersión de los discípulos y nos presenta la figura de Felipe (Hch 8,1b-8) Me llama la atención la presencia central y fundamento de las obras que hacían los discípulos en nombre del Señor: el testimonio de los signos es crucial para que se encendiera la fe en los discípulos.

En el Evangelio Jesús nos revela la voluntad del Padre: nuestra salvación, la posesión de la vida eterna: que todo el que ve al hijo y cree en el tenga vida eterna, por tanto, ¿dónde vemos a Jesús para poder creer en Él? La respuesta es clara: en cada cristiano, en los signos que hace de parte del Señor. Vemos al Señor en todos los ámbitos a los que ha querido ligar su presencia. En primer lugar, en la Eucaristía, allí su presencia es real y substancial, cuerpo, alma y divinidad, todo Él se hace pan y vino para ser nuestro alimento. En segundo lugar, en las obras de la Iglesia, formada por cada uno de los bautizados. Ojalá que sepamos dar el testimonio de vida debido, para que muchos puedan ver en nosotros al Señor y creer así en Él.

PAN DE VIDA

«Yo soy el pan de la vida. El que viene a mi no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.» Juan 6, 30-35

En este fragmento del Evangelio Jesús habla claramente: él es el pan de vida. La Escritura dice que no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Jesús es la Palabra hecha carne y queda claro así que quien lo come vivirá comer de este pan significa ir a Él, de ese modo, El hambre del hombre será totalmente saciada.

Él es la fuente viva y ríos de agua viva fluyen para el creyente. La sed queda calmada totalmente al creer en Él, así, la fe, el creer, calma nuestra sed.

Se muestra una relación intrínseca entre ir a Jesús y creer en Jesús; entre creerle a Él y creer en Él.

En la Eucaristía encontramos estas dos líneas, pues creemos a Jesús cuando escuchamos y atesoramos su palabra proclamada y vamos a Jesús cuando nos acercamos a comulgar. Señor, auméntanos la fe.

ALIMENTO QUE PERDURA

«Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.»

Juan 6,22-29

Lo más triste es que lleguemos a ser cosificados, que la gente nos busque solo por el interés de obtener algo; ser tenido en cuenta solo por lo que puedan sacar de nosotros. El utilitarismo está a la orden del día, es una triste realidad que afecta más el corazón humano cuánto más pierde de vista la condición intrínsecamente digna y de un valor sobrenatural de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios.

Cristo sufrió este sentimiento: también él se siente buscado solo porque calmó una necesidad básica: sació a los que tenían hambre porque tuvo compasión de ellos.

Los signos no dicen nada, solo un problema resuelto, eso es lo que importa, que Dios resuelva nuestros problemas.

Si bien es cierto que pedir a Dios lo básico para vivir dignamente es un deber de humildad, lo es también el hecho de que solo pedir o buscar a Dios solo cuando tengo necesidad, es un acto bastante bajo, indigno de hijos amados.

Dios es Padre Providente, busquémosle también y sobre todo cuando las cosas van bien. Que nuestra acción de gracias sea una constante y solo así no actuaremos de forma utilitarista con Dios.

ME VOY A PESCAR

Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.

Juan 21, 3

En este episodio, vemos a unos discípulos regresar a sus antiguos quehaceres, como si no hubieran entendido la empresa a la que estaban destinados: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres (Mt 4, 19) Esta llamada hecha a los hermanos Simón y Andrés, Santiago y Juan, es también una llamada para todos y cada uno de nosotros como Iglesia de Dios. Es una llamada que abarca toda la vida de la persona y que hace que lo dejemos todo para ir en pos de Aquel que ha seducido nuestro corazón: Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir (Jr 20, 7)

Me gusta ver este episodio como un refuerzo de aquella primera llamada. Sin Cristo, la pesca no tiene ningún resultado. Por Cristo, con Él y en Él, las redes están repletas: la faena puede ser la misma, pero el resultado es muy diferente. Su pesca era de otra índole: aquellos hombres rudos llegaron a ser el fundamento de la Iglesia y son hoy un punto de referencia sin el cual no nos entenderíamos a nosotros mismos. ¡Qué paciencia la del Señor hasta que por fin logran entender su misión!

Y nosotros, ¿qué redes tenemos que soltar en nuestra vida, para emprender en verdad la misión a la que Dios nos ha llamado? ¿Logramos entender nuestro quehacer como la pesca a la que el Señor nos ha mandado? Pidamos a Jesús que nos ayude.

YO SOY EL CAMINO

Jesús le responde: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí

Juan 14, 6

Tomás le lanza una pregunta a Jesús: ¿Cómo podemos saber el camino? y el Señor le responde mucho más allá de lo que le está preguntando: Él es el camino. Esto significa que, lo oculto de Dios, lo prometido por Dios, la vida divina tienen acceso en Jesucristo, que, al hacerse hombre, abre el camino al hombre para que vaya a Dios y de manera gloriosa, su costado abierto en la Cruz derramando los sacramentos y la vía de la Iglesia, inaugura un nuevo camino perenne en la historia, el camino de su Cuerpo que es la Iglesia.

Él es la verdad, porque, como nos dice el texto de hoy, quien lo ha visto a Él ha visto al Padre, ya que está en el Padre y el Padre en Él. Todas las antiguas promesas han tenido cumplimiento en el Hijo mostrando de ese modo la veracidad de Dios, su fidelidad y verdad para su pueblo. Es verdad también en el sentido estricto de lo anunciado y enseñado por Jesús: en Él hemos aprendido y tenemos el modelo de lo que es ser verdaderamente hombres y mujeres nuevos y, gracias a sus enseñanzas, hemos crecido a lo largo de la historia como aquellos que poco a poco construyen en cada época, el pueblo de Dios.

Finalmente, es vida, porque en Él hayamos la fuente de la vida, Él es el que anima este cuerpo eclesial que todos formamos mediante la efusión del Espíritu Santo que nos acompaña. Cada miembro de este Cuerpo experimenta en sí mismo el aliento de Dios que le permite avanzar a través del propio desierto y los mares revueltos de cada cotidianidad y circunstancia. Él es la vida en el sentido amplio de la palabra, ya que Jesús es sinónimo de vida eterna, de gozo perpetuo, Él es nuestra esperanza de seguir viviendo aún después de la vida, porque hemos resucitado con Él.

TODO LO HA PUESTO EN SU MANO

El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano.

Juan 3, 34-35

El texto de hoy inicia con una contraposición entre el que es de la tierra y el que viene del cielo. Claramente alude a San Juan el Bautista de quien viene hablando y Cristo mismo. San Juan no puede dar más testimonio que lo que ha oído y visto en la tierra, mientras que el que viene de lo alto está por encima de todos y de lo que ha visto y ha oído da testimonio (v.31, 32) Con esto claramente apunta a su ser preexistente a toda la creación, a su condición de Dios.

Desafortunadamente, este testimonio no es aceptado por todos, aunque quien lo hace, da testimonio de la veracidad de Dios. Jesús como testigo de la verdad de Dios posee la plenitud del Espíritu, por ello lo da sin medida, ya que todo es suyo y el Padre lo ha puesto todo en sus manos.

Finalmente, el versículo 36 nos habla de las consecuencias tanto de creer como de no creer: la vida eterna y la ira de Dios. Con lo anterior queda claro que la vida eterna consiste en Cristo: Él es la vida eterna, el nos manifiesta lo eterno y nos revela la eternidad junto a Dios, nos muestra a Dios mismo. Creer en Él es gozar y vivir ya la vida eterna. Ahora bien, la ira de Dios, concepto judío con el que interpretaban el castigo de Dios para los rebeldes, queda cancelada, ya no por el cumplimiento de la Ley, sino por el creer en Cristo, hemos sido cubiertos por su Sangre y el peso de la ira que nos tocaba, lo cargó Él sobre su espalda: Él nos ha librado de la ira. Y queda claro, pues, que quien no acepta este sacrificio, la ira de Dios pesa sobre él.

Pero, más allá de la vida eterna, del cielo, del premio o del castigo, de la ira, etc., está una persona maravillosa que, cuando la conoces, estableces una relación de verdadera amistad, junto a la cual da gusto estar, tan amada, que estás dispuesto a todo por ella. Esa persona es Jesús, vida eterna, Hijo de Dios, salvación, Señor, juez… pero, ante todo y sobre todo, amigo.

TANTO NOS HA AMADO

Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna

Juan 3, 16

Este versículo podría considerarse el resumen de todo el misterio de la salvación. Nos enseña cuan grande es el amor de Dios para nosotros y cómo tal grandeza es mostrada en el don de su propio Hijo con un objetivo concreto: la salvación y que tengamos vida eterna. No hay mayor don de amor que este.

La entrega del Hijo viene a iluminar la vida de cada hombre, pues Él es la luz (Jn 1, 4) y ante este don, como ante cualquier don que se nos ofrece, caben dos posibilidades: aceptar o rechazar el don, y hacerlo de una u otra manera, depende de la actitud moral con la que la persona se acerca y de la mirada de fe que se haya encendido o no en su interior, es lo que san Juan llama obrar la verdad.

Cuando en el verso veinte dice: todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras, se refiere, precisamente, a la molestia que se percibe cuando la conciencia acusa por hallarse contrapuesta a la luz, ya que esta reclama de suyo una adecuación a lo luminoso, la luz llama a la conversión. Esto es diferente de obrar la verdad: aquí no se huye, aquí se afronta la verdad de nuestros actos y todos los fantasmas interiores que la luz pueda haber hecho salir. Así, el hombre toma la senda difícil, pero liberadora del cambio y se convierte en hijo de la luz (1 Tes 5, 5) Pidamos al Señor que seamos siempre hijos de la luz e hijos del día.